No creemos equivocarnos si en nuestro
diagnóstico encontramos tres ejes prioritarios de desarrollo, objeto de nuestra
lucha, y ausentes de la UNEY hasta AHORA: 1. democratización de los procesos (respaldada por la instrumentación
de consensos surgidos del ejercicio de la democracia directa y, a la vez, de
una democracia deliberativa), 2. autonomía (en la forma
de un ejercicio concreto de cogobierno y autogobierno) en las decisiones
internas relativas a nuestra autodeterminación, a la que tenemos derecho legal
desde enero de 2007, y 3. legitimación
y normativización de todos los
procedimientos y formas de ejecución, planificación y control a través de vías
administrativas objetivadas en normas y reglamentos para evaluar y tomar
decisiones y conducir nuestros conflictos con justicia y equidad. Plantear
siempre estos objetivos de manera unitaria y solidaria es lo que va a dar
firmeza, coherencia y contundencia a nuestras luchas.
Sabemos mejor que nadie que también es
urgente un proceso de reintegración de
la comunidad frente a las mermas y la desarticulación de la misma que esta
crisis ha producido durante los últimos seis años. Pero esa integración tiene
que ir pareja con la conquista de los otros tres ejes ya citados y debe ser,
por tanto, una integración horizontal a partir de la cual avanzar juntos.
Nótese que digo integración en la diversidad, más allá de la enorme inmadurez
en que nos paralizan los resquemores y egocentrismos, no unión utópica y
sentimental de todos, que es cosa muy
difícil.
No es un esnobismo a ultranzas ni un
misionerismo populista lo que va a construir una universidad moderna. Lo que
perdemos de vista cuando no podemos comprender a plenitud un concepto tan vital
como el de autonomía es el
desarrollo original y más profundo de una experiencia universitaria
auténticamente nueva, viva, libre y
creadora. La universidad no es un simple instituto de nuevas profesiones: en
todo el mundo hay institutos de educación superior y hay universidades. Si eso
no puede ser comprendido, es una lucha vana. Sería trivializar y tergiversar el
verdadero sentido de las universidades. Es sobre esto sobre lo cual falta meditar,
reflexionar y debatir con mayor propiedad y con mayor profundidad.
Sólo una universidad autónoma y con
vida propia, mucho más que en esas instituciones portátiles y prefabricadas con
cartón piedra, producidas en serie, vacías e intrumentalizadas para otros fines
distintos al saber y la búsqueda de la verdad, puede generar universitarios
críticos y creativos quienes, a su vez, y a través de la actividad académica,
pueden crecer vigorosamente como personas y como profesionales e investigadores.
El desarrollo con autonomía de sus
propias especificidades y fortalezas, es lo que ha permitido, por ejemplo, a
otras universidades más conocidas, como a la Universidad de Buenos aires, o de
Sao Paulo o a la UNAM, o cualquier otra de Latinoamérica (y cuyos problemas son
otros), crecer y establecer convenios según
fortalezas que sólo el clima de la
autonomía les ha hecho posibles para poder establecer relaciones de par a par con otras universidades del
mundo.
UN BELLO BONSAI QUE NUNCA CRECE
¿Qué ventajas tiene ser un enorme elefante (“una universidad más
potente”) frente a una universidad
pequeña que puede ir creciendo según su propia especificidad, es decir, un
crecimiento orgánico, y según pautas
propias y nacidas de su misma interioridad? Pero ya no para seguir siendo la
pequeña Universidad del florero particular de un grupo que la cultiva como su
bonsái preferido, por supuesto, haciéndola crecer a su voluntad con un “amor” asfixiante
que no le permitirá crecer según su
vitalidad interna, atrofiando artificialmente sus ramas.
Tampoco puede ser solución
convertirnos de golpe y porrazo en una falsa y plástica Superuniversidad con la unión artificial y
forzada de estructuras distintas (y de historias distintas) bajo el pretexto de
ahorrar recursos o de justificar un nuevo reglamento, como si se tratara de una
cadena de producción en serie de hamburguesas ante la que, simplemente, se debe calcular su
inversión para dosificar gastos. Es de una espectacular simpleza pensar en que
la solución es convertirnos en una gran maquinaria de instrucción docente con
una enorme estructura burocrática (aumentaría la cadena de jefes, por ejemplo,
para resolver un problema de aulas o de jardinería o de compras y algunos de
ellos se harían más inaccesibles) especie de Gran Hermano que nos disolvería y,
frente a tan grandes estructuras, nos minimizaría más como sujetos humanos
protagonistas de un proceso original tan específico de conocimiento y
enseñanza, muy distinto al de producir profesionales como chorizos en serie. La eliminación de toda especificidad elimina
también motivaciones naturales para querer superar metas y alcanzar logros más
allá del gris objeto de las masas amorfas de las sociedades colectivistas como
en la vieja Unión Soviética, que declaró la muerte del individuo y declaró
también la muerte de un concepto más concreto y vital de humanidad. Las
estructuras burocráticas hipertrofiadas deshumanizan más, distancian más,
despersonalizan más sus propios procesos.
CENTRALIZAR Y CONTROLAR
Además, no es igual un Instituto
Politécnico o un Instituto Pedagógico o un liceo grande o una Escuela Normal que una Universidad propiamente dicha.
Una cosa son los Institutos de Educación Superior y otra las Universidades
verdaderas. Recordemos que la pululación de “universidades” en Venezuela, es
decir, la moda de llamar Universitario a todo instituto de enseñanza e
instrucción pública que ya no fuera bachillerato, apareció en los años setenta
por la ambición de alcanzar cualquier profesor el excelente estatus económico
que entonces tenían los profesores universitarios. Su móvil estuvo en las
luchas gremiales del momento, quizá, por lo demás, muy justas. Los institutos
tecnológicos, los politécnicos y los pedagógicos se convirtieron entonces en “Universitarios”
y se exigió equivaler los sueldos y las reivindicaciones laborales de un modo
igual para todas las instituciones de educación superior del país. Crear
Universidades temáticas nuevas puede ser un acierto, sino una extraña paradoja,
para incrementar matrículas al costo de reducir la vocación universal y de
libres centros de creación de conocimiento que deben ser siempre las auténticas
universidades. Igual puede ser un
acierto unir institutos tecnológicos de idéntica factura para elevarlos a la
forma de los Politécnicos. Pero no lo es hacer un rasero y homogeneizar
obligatoriamente a todas estas distintas instituciones de investigación,
enseñanza y profesionalización como la que representan la UNEY y el IUTY.
¿Quién puede estar seguro de que las
asimilaciones que se pretenden corresponden a instituciones similares y que no
habría el sacrificio de aspectos que son irrenunciables al espíritu de las
verdaderas universidades y a los altos fines que tienen asignados, que no es
simplemente producir profesionales como chorizos?
La ventaja que puede tener para el
gobierno creo que no pasa más que de construirse un cómodo mecanismo de control
político de instituciones todavía irreverentes ante el gran Poder, como siempre
lo han sido. Pero, en una gris Universidad Nacional adocenada, uniformizada,
oficializada y centralizada, levantada como una enorme maquinaria impersonal,
sin rostro humano, no tendría ningún valor la iniciativa individual, la de los
individuos reales de carne y hueso. Estos
son quienes verdaderamente crean, se rebelan y construyen no solamente
un conocimiento y un país sino también su propia libertad. Pero también allí
desaparecería el sentido de las tres grandes reivindicaciones que aspiramos
para sentir que ya somos una Universidad con mayoría de edad (en el sentido
Kantiano) y que podemos superar en libertad y por nosotros mismos la etapa
previa de esta crisis: es decir, las reivindicaciones de Democratización, Autonomía,
y Reglamentación de todos los
procesos a través de los cuales, no sólo la Universidad se levantaría como una
auténtica institución dedicada a las más altas actividades del espíritu y del
saber, sino que nos convertiría en sujetos auténticos de esa creación. Si se
nos arrebata esta oportunidad, se nos arrebataría, con su pérdida, una de las
oportunidades más valiosas para crecer como profesionales, como personas y como
hombres y mujeres, como comunidad auténtica, para cuya labor son
imprescindibles dichas conquistas, realizadas como conquistas reales en su
experiencia de hacernos más humanos. Y
que lo hagamos nosotros democráticamente, a través de asambleas y unidos por
encima de nuestras diferencias, siempre será una experiencia irrenunciable.
UN NUEVO FRANKENSTEIN SIN VIDA: FUSION Y CONFUSION DE LA UNEY
En el 2008 vi un cuadro del Ministerio
del poder Popular para la Educación Universitaria en donde, en su relación
proporcional entre matrícula y gastos, la UNEY aparecía en segundo lugar
después de la Universidad Simón Bolívar. Pero esto no puede justificar por sí
solo una transformación tan drástica
para crear ese nuevo y enorme Frankenstein con pedazos de conceptos distintos
de instituciones educativas y de
investigación. No es, por tanto, sólo un problema de presupuesto y de su mejor
distribución y gasto: las muestras estadísticas también suelen ser engañosas.
Mucho menos, el modo mas maquiavélico posible de sacarse de encima un
Reglamento que, pese a todo, preserva la vocación autonomista de la
Universidad. A eso no puede reducirse el problema de la Uney y de las
universidades en el país. Los asuntos presupuestarios no pueden conducir a
cambiar estructuras que dependen de conceptos distintos o de una naturaleza
esencialmente distinta al problema puramente económico.
Bueno sería que, después de muchos
años, una vez que la UNEY haya alcanzado las reivindicaciones que le permitan
crecer, podamos mirar como una obra propia a
una universidad vigorosa, sólida, libre y verdaderamente
autodeterminada, sin ayuda de posesivos tutores ni de cogollos
político-partidistas, sino amplia, abierta y autogestionada por sus propios
medios intelectuales, por el esfuerzo de
su comunidad y desde dentro de sus propios procesos. Bueno también sería que -
una vez también que el IUTY, convertido en Universidad Politécnica, haya
alcanzado el nivel de desarrollo que prometen sus potencialidades-, si surgiera
la iniciativa de estudiar la posibilidad de la síntesis y la fusión de ambas,
podamos valorar el error que esa fusión (y confusión) hubiese significado:
matar dos proyectos vivos para armar uno más artificial que crecerá pero nunca
florecerá porque nació muerta, como Frankenstein. Entonces me gustaría saber
cuáles podrían ser los argumentos: es evidente que se haría más visible la
inviabilidad de tal medida. Entonces se
vería mucho más claramente sus diferencias, sus distintas vocaciones y el destino
propio que corresponde a cada una para llegar a ser grandes centros productores
del pensamiento libre y no simples lugares de adiestramiento ni puros centros
de “instrucción”. Serían, no lugares estáticos como ahora, sino espacios vivos
de verdadera búsqueda de la verdad y desarrollo del conocimiento para los hijos
de esta tierra encantada de Yara y del país entero: una universidad libre,
viva, original y profundamente creadora. Y no una Universidad Zombie, media
viva y medio muerta a un mismo tiempo.
San Felipe, octubre de 2011.