viernes, 8 de noviembre de 2013

EN LA FILA DE SUS PUPITRES NUNCA VERAN EL MIO



La manada sorda, anónima, plural, que en la calle lincha a un hombre por inercia, por fanatismo o  miedo, tal como pavorosamente lo deja ver algún documental por la televisión, es la misma manada que calla y deja cobarde e indolentemente pasar todo en la UNEY y en el país.
 No importa si la noche antes pontificaron apasionadamente sobre la justicia, la revolución o la dignidad  entre familiares y tragos: al fin y al cabo, el mal siempre son los otros y hay que ir a por ellos! Dan vueltas alrededor de leyes que no cumplen como en una noria absurda y se obligan a asistir a congresos sobre “pensamiento crítico” al cual acuden y asienten obedientemente y con la sumisión de los buenos militantes que se cuida bien de llevar sus orejeras correctamente.
Lo cierto es que, del mismo modo, en la rutina del trabajo todo vuelve  siempre a someterse  a la misma ley de la indiferencia, el acomodo y el silencio cómplice: ley de la mediocridad moral y ley del mínimo esfuerzo que lo mediocriza todo al mismo ras de un igualitarismo cobarde y del mismo linaje del resentimiento y la venganza: todos nos parecemos, por tanto, todo está disculpado entre nosotros. Pragmatismo de un racionalismo mezquino que solo ve la utilidad propia, en “las aguas frías del cálculo egoísta”: prodigioso materialismo dialéctico que, invicto, se repite a sí mismo infinitamente igual en sus pasillos. Muertos vivos sin pensamiento propio cuyas “rejas mentales” nunca podrán traspasar porque no pueden verlas como no pueden mirarse a sí mismos.  Son la versión bufa de The walkind dead a quienes, instigados por la presencia hipnótica de su uniforme cantidad y excitados por el rumor rítmico de hacer todos lo mismo,  hay que cantarles El Plural (de George Brassens) sin esperanza de que despierten sino sólo para animarnos nosotros mismos:
““Querido señor, usted es un caso aparte”, me dijeron, / cuando me rehusé a montármeles al tren./ Sí, sin duda, pero yo no me las doy de apóstol./ Yo, que para ser alguien no necesito a nadie.
‘El plural no le vale al hombre para nada, y tan pronto/ como hay más de cuatro, lo que hay es una partida de pendejos./Rancho aparte, caramba! Es mi norma y a ella me debo./ Entre los nombres de los que van, nunca verán el mío!…
‘La causa era noble, era buena y hermosa!/ Estábamos enamorados y nos casamos con ella./ Deseábamos ser felices todos juntos con ella./ Éramos demasiado numerosos y la hemos cagado!/...
‘Yo soy el que pasa de largo ante sus fanfarrias./ Y que canta con sordina la canción subversiva./ Y le digo a esos señores que se asustan de mis notas:/ “soy tan músico como vosotros, atajo de ruidosos”.
‘El plural no le vale al hombre para nada, y tan pronto/ como hay más de cuatro, lo que hay es una partida de pendejos./ Rancho aparte, carajo! Es mi regla y a ella me debo./ En la fila de sus pupitres, nunca verán el mío…”