La manada sorda, anónima, plural, que en la calle lincha a un hombre por inercia, por fanatismo o miedo, tal como pavorosamente lo deja ver algún documental por la televisión, es la misma manada que calla y deja cobarde e indolentemente pasar todo en la UNEY y en el país.
No importa si la noche antes pontificaron apasionadamente
sobre la justicia, la revolución o la dignidad
entre familiares y tragos: al fin y al cabo, el mal siempre son los
otros y hay que ir a por ellos! Dan vueltas alrededor de leyes que no cumplen
como en una noria absurda y se obligan a asistir a congresos sobre “pensamiento
crítico” al cual acuden y asienten obedientemente y con la sumisión de los
buenos militantes que se cuida bien de llevar sus orejeras correctamente.
Lo cierto es que, del mismo modo,
en la rutina del trabajo todo vuelve
siempre a someterse a la misma
ley de la indiferencia, el acomodo y el silencio cómplice: ley de la
mediocridad moral y ley del mínimo esfuerzo que lo mediocriza todo al mismo ras
de un igualitarismo cobarde y del mismo linaje del resentimiento y la venganza:
todos nos parecemos, por tanto, todo está disculpado entre nosotros.
Pragmatismo de un racionalismo mezquino que solo ve la utilidad propia, en “las
aguas frías del cálculo egoísta”: prodigioso materialismo dialéctico que,
invicto, se repite a sí mismo infinitamente igual en sus pasillos. Muertos
vivos sin pensamiento propio cuyas “rejas mentales” nunca podrán traspasar porque
no pueden verlas como no pueden mirarse a sí mismos. Son la versión bufa de The walkind dead a quienes, instigados por la presencia hipnótica
de su uniforme cantidad y excitados por el rumor rítmico de hacer todos lo
mismo, hay que cantarles El Plural (de George Brassens) sin
esperanza de que despierten sino sólo para animarnos nosotros mismos:
““Querido señor, usted es un caso
aparte”, me dijeron, / cuando me rehusé a montármeles al tren./ Sí, sin duda,
pero yo no me las doy de apóstol./ Yo, que para ser alguien no necesito a nadie.
‘El plural no le vale al hombre
para nada, y tan pronto/ como hay más de cuatro, lo que hay es una partida de
pendejos./Rancho aparte, caramba! Es mi norma y a ella me debo./ Entre los
nombres de los que van, nunca verán el mío!…
‘La causa era noble, era buena y
hermosa!/ Estábamos enamorados y nos casamos con ella./ Deseábamos ser felices
todos juntos con ella./ Éramos demasiado numerosos y la hemos cagado!/...
‘Yo soy el que pasa de largo ante
sus fanfarrias./ Y que canta con sordina la canción subversiva./ Y le digo a
esos señores que se asustan de mis notas:/ “soy tan músico como vosotros, atajo
de ruidosos”.
‘El plural no le vale al hombre para
nada, y tan pronto/ como hay más de cuatro, lo que hay es una partida de
pendejos./ Rancho aparte, carajo! Es mi regla y a ella me debo./ En la fila de
sus pupitres, nunca verán el mío…”